La abdicación de la reina Margarita de Dinamarca ha abierto una nueva era: para el país, para su institución, para su familia y, sobre todo, para su hijo mayor, el príncipe heredero, Federico, que se convertirá en Federico X el próximo 14 de enero.
Un descendiente más de la Casa de Glücksburg en ocupar un trono europeo, lo previsible es que él reine con el nombre de su abuelo, el rey Federico IX, y algún día le sucederá su hijo Christian, que lleva el nombre de su bisabuelo, Christian X. Asistimos, por tanto, a la forja de un eslabón más en la cadena, Federico se convertirá en jefe de Estado, autoridad suprema de la Iglesia del Pueblo Danés y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Danesas. Asume también la jefatura de una Casa Real menguada por la decisión de su predecesora, en lo que respecta a su único hermano, el príncipe Joaquín. Federico X asumirá el destino que le tocó por nacimiento y del que durante un tiempo soñó con escapar.
El primer hijo de Margarita y del noble francés Henri Laborde de Monpezat -convertido por matrimonio príncipe Henrik de Dinamarca- nació el día 26 del mes de mayo de 1968, cuatro meses después que el rey Felipe VI y al tiempo que una nueva ideología recorría el mundo tras la oleada de protestas que iniciaron en Francia diversos grupos estudiantiles contrarios a las organizaciones políticas y sociales de la época. Quizá esto no tuvo nada que ver pero se presenta como un buen recurso para explicar lo que fue su juventud: Federico se resistió a un papel que no había elegido y mostró rebeldía ante un camino escrito por la historia, las tradiciones, el sistema y las generaciones anteriores a él. Su vida sería la de un príncipe heredero, tendría que estudiar una carrera acorde, recibir formación militar, ocupar un puesto en el Consejo de Estado, sus relaciones serían supervisadas, su matrimonio tendría que ser aprobado, dar continuidad a la dinastía era parte del trato y todo iría encaminado a asumir algún día -que ya ha llegado- la jefatura de la Casa Real danesa. No habría demasiado misterio ni grandes decisiones en el camino, una vida algo predecible para un joven de espíritu libre, al que le gustaba la aventura, el deporte, las modelos, las estrellas de rock, ejercer de DJ, los tatuajes y saltarse el límite de velocidad, una costumbre al volante que le valió en su país el apodo del “príncipe turbo” y que puede servir como una metáfora de su vida.
“Acordaos de amar, mientras oséis. Recordad vivir, mientras lo hagáis”
Esos años “locos” -aproximadamente una década, desde que 1990 hasta que conoció a su mujer en el año 2000- no fueron otra cosa que la historia universal de un joven que se convierte en adulto y busca su propia identidad, el sentido de la vida y el reconocimiento de su familia y del mundo exterior. Entonces tuvieron lugar algunos episodios polémicos, Federico tuvo muchas novias que para su madre no fueron apropiadas, es más, la decisión de enviarlo a estudiar a los Estados Unidos fue para romper una relación, sin embargo, al regresar Federico se enamoró de nuevo de una modelo. La soberana se opuso también a esta relación y el príncipe, lejos de amedrentarse, dijo su famosa frase ante la prensa: “Es el corazón y no la tradición la que decide”. No fue así, la oposición real venció, la relación se acabó y Federico (que ya se había ganado la fama de ser enamoradizo y algo atormentado) terminó deprimido y replanteándose si su destino merecía la pena.
“Diría que tuve mucha suerte de gozar de grandes dosis de libertad, tanto interna como externamente. Me permitieron desarrollarme y vivir mis propias experiencias, y ha sido maravilloso. Eso no se puede comprar. Y se me permitió conservar mi curiosidad y desafiarme física y mentalmente. Es importante tener libertad para experimentar. Sin dármelas de hombre culto, haré referencia a una frase de Piet Hein (ingeniero y filósofo danés): Acordaos de amar, mientras oséis. Recordad vivir, mientras lo hagáis”, así valoró Federico su juventud durante la entrevista que concedió al cumplir los cuarenta años, en la que además habló de la paternidad (entonces ya habían nacido los príncipes Christian e Isabella) y recordó lo intensamente que se vive todo durante la adolescencia.
El rey Federico hizo lo esperado: estudió Ciencias Políticas entre las universidades de Aarhus y Harvard, trabajó para la ONU, sirvió en la embajada danesa en París y completó su formación militar hasta obtener un alto rango en los tres ejércitos. Igual que su madre, se incorporó pronto al Consejo de Estado, comenzó a participar en las reuniones semanales con el gobierno y ejerció de regente ante la ausencia de su madre en numerosas ocasiones. Su sed de aventura se fue colmando con expediciones a distintas partes del mundo, entre ellas a Groenlandia (territorio danés autónomo), y encontró la adrenalina necesaria en el esquí, las carreras, los maratones y los triatlones de la marca Iroman. Tanto es así que su cincuenta cumpleaños lo celebró, además de con una gran cena de gala con la realeza europea, como le gustaba a su madre festejar las cosas, corriendo cinco maratones en cinco ciudades danesas. Otra muestra de sus aficiones son las doce semanas que llevó un collarín ortopédico en el año 2016, cuando se hizo una lesión cervical saltando en una cama elástica. “Al saltar en una cama elástica cuando tenemos 50 años, no es extraño acabar mal”, dijo su madre explicando la ausencia de su hijo.
“Nada más ver a Mary, sentí que era mi alma gemela”
A su mujer, la australiana Mary Donaldson y ahora nueva reina consorte de Dinamarca, la conoció en el año 2000 durante los Juegos Olímpicos de Sídney. “Nada más ver a Mary, sentí que era mi alma gemela. Fue amor a primera vista”, ha explicado Federico en varias ocasiones. Mary, natural de Hobart, Tasmania, era titulada universitaria en comercio, derecho y marketing, trabajaba en publicidad y en el año 2002 cambió Australia por París para estar más cerca de Federico. No lo tuvieron fácil, a ella le costó ganarse la confianza de su suegra, saturada de los años “locos” de su hijo. Además, a la vez que ellos se casaron, el matrimonio de su otro hijo, el príncipe Joaquín, con Alexandra Manley, hacía aguas, una relación que terminó en un divorcio que le costó a la Casa Real danesa una fortuna económica y emocional, ya que la Reina perdió joyas que llevaban dentro de su familia siglos. La soberana salió escarmentada y cuando Mary estaba embarazada de su segundo hijo, a final del año 2006, tuvo que firmar otro acuerdo matrimonial que le desfavorecía con el fin de que no se repitiera la historia de la condesa Alexandra (el único título que conservó tras el divorcio fue el de condesa).
Durante un tiempo se habló con bastante desatino de la suerte que había tenido Mary de cruzarse por casualidad con el príncipe aquel día en Sídney. Echando la vista atrás puede que fuera al revés, nadie duda de que Mary fue clave para que el príncipe se asentara del todo y asumiera por fin ese destino que no le hacía del todo feliz. La australiana, que se ha esforzado al máximo para que su inglés tenga acento europeo y sigue pidiendo perdón cuando su pronunciación del danés no es del todo perfecta, es una pieza clave en la monarquía danesa. Ahora, tras la abdicación de la reina Margarita, Federico y Mary comienzan una nueva etapa de sus vidas como reyes de Dinamarca y al frente de una institución en la que solo están ellos y sus cuatro hijos: el nuevo príncipe heredero Christian y los príncipes Isabella, Vincent y Josephine.
Haz click para ver el especial sobre el príncipe Federico, el hijo primogénito de la reina Margarita de Dinamarca y de su esposo, el príncipe Henrik. Casado con Mary Donaldson desde hace veinte años y padre de familia numerosa, Federico es un príncipe cercano y simpático preparado para ser el rey de la corona más antigua de Europa.¡No te lo pierdas!