El carismático músico ha muerto a los 65 años tras media vida abusando del alcohol y las drogas
Shane MacGowan, fundador y alma de los Pogues, ha muerto este jueves a los 65 años de edad, según ha comunicado su mujer, Victoria Mary Clarke. No ha explicado el motivo del fallecimiento, tampoco hace falta: el carismático cantante irlandés de vida asalvajada llevaba muriendo desde hace más de 30 años y su obituario probablemente ha sido escrito y reescrito decenas de veces en los periódicos británicos.
“No sé cómo decir esto así que sólo voy a decirlo”, dice Clarke en un mensaje compartido en Instagram. “Shane, que siempre será la luz que tengo ante mí y la medida de mis sueños y el amor de mi vida y el alma más bella y hermoso ángel y el sol y la luna y el principio y el fin de todo lo que me es querido se ha ido para estar con Jesús y María y su hermosa madre Therese”.
“No hay forma de describir la pérdida que siento y la nostalgia por una más de sus sonrisas que iluminaron mi mundo”, añade la mujer del músico, que concluye: “Vivirás en mi corazón para siempre”.
Shane MacGowan fue cantante del grupo The Pogues y una de las figuras más emblemáticas de la música anglosajona de los años 80. Con sus letras agudas y sus interpretaciones canallas logró la transfiguración de sus cancioncillas de aspecto tradicional en verdades profundas y universales.
Fue escritor de canciones de música popular, pero también poeta.
Fue cantante de rock, pero también un trovador de pueblo.
Fue entrañable como un viejo amigo, pero también un bruto sin miedo a molestar (incluso con debilidad por molestar).
Fue irlandés orgulloso y nacionalista (apoyó al IRA), pero nació, creció y vivió en Inglaterra.
Fue un hombre tosco y feo (y, sí, desdentado), pero hermoso y, a su modo, entrañable.
No fue una estrella, pero diablos si no fue una leyenda.
Nacido el día de Navidad de 1957, Shane MacGowan era un punk descerebrado que bebía hasta caerse sobre las moquetas de los pubs cuando tuvo una visión: recuperar el folk celta con el pulso, el arrojo y la pasión del punk-rock.
En 1982 creó el grupo Pogue Mahone, la forma inglesa de decir en gaélico bésame el culo. Se quedaron en Pogues y empezaron a confeccionar canciones que combinaban rebeldía, nostalgia, romanticismo y un bullicioso espíritu festivo. Hicieron algunas canciones buenas y otras muy buenas, pero aquel grupo extemporáneo que tocaba banjos, acordeones y flautas en la sofisticada época de la nueva ola y el pop de sintetizadores no tardaron en soltar como latigazos algunos himnos que rápidamente adquirieron la categoría de iconos inmortales para toda una generación.
En su fabuloso primer disco, Red Roses for Me (de 1984), había algunas canciones portentosas que hacían vibrar la barra de cualquier bar en el que resonaran. Streams of Whiskey o Boys from the County Hell son buenos ejemplos.
En su imprescindible segundo disco, Rum Sodomy & The Lash (de 1985), hay tantas composiciones inolvidables que es imposible acabarlo sin taquicardia… y sin compar un billete de avión a Dublín:The Body of an American, Diry Old Town, Sally MacLennane, A Pair of Brown Eyes, The Sick Bed of Cuchulainn… Qué canciones, Shane MacGowan, qué emoción, y qué barbaridad.
El éxito se transformó en un tornado en el que MacGowan daba vueltas sin llegar a tocar nunca el suelo. Soltaba exabruptos en la tele y la radio, se confundía en los conciertos, bebía desde el desayuno…
En un ambiente caótico, los Pogues lograron terminar un tercer álbum irregular, If I Should Fall from Grace with God. En él se encontraba una genialidad, la balada navideña Fairytale of New York, que se convertiría en el mayor éxito de su carrera y en un clásico navideño en Reino Unido e Irlanda; también incluía su canción más conocida en España, Fiesta, la crónica de una verbena en nuestro país con muñeca chochona incluida.
Shane MacGowan nunca llegó a aterrizar y, lejos de digerir el éxito y apaciguar el ansia viva por vaciar las pintas de cerveza, se enganchó a la heroína, perdió el dinero y hasta los dientes y, simplemente, se autodestruyó como los mensajes de Misión imposible.
En 1991 abandonó los Pogues y aunque nunca dejó de cantar en una carrera intermitente y deslabazada, ya nunca fue el compositor brillante ni el intérprete magnético de sus primeros años.