Las canciones de Pablo Milanés y Silvio Rodríguez han acompañado a varias generaciones de latinos y españoles. Su amor por Cuba le llevó a romper con Fidel Castro, con Raúl y con sus sucesores
“Los días de gloria los dejamos ir”. Pablo Milanés murió en Madrid y no en su añorada La Habana, de la que se despidió en junio con un concierto inolvidable y una canción hoy emblemática, “Días de gloria”, que resumía los días “que se fueron volando y yo no me di cuenta. Vivo con fantasmas que alimentan sueños y falsas promesas”.
Quien fuera la gran bandera de la revolución cubana, junto a Silvio Rodríguez, reconoció su desencanto en 1992. Aquella Cuba del Periodo Especial, “cuando tuve la convicción de que definitivamente el sistema cubano había fracasado”, no se parecía en nada a las tantas veces cantada con su portentosa voz y con la melodía de sus poemas.
El cantante bayamés murió sin ver realizado su sueño, compartido con millones de compatriotas. Ese sueño en el que transformaba los versos de uno de sus himnos, “Yo pisaré las calles nuevamente”: de las calles ensangrentadas de Santiago (de Chile) a las calles liberadas de Santiago (de Cuba) y de toda la isla. La única canción que le salió en 10 minutos, como confesaba en sus conciertos, y la que tantas vueltas dio con el desvarío de la revolución.
Porque sobre todo Pablo Milanés, como insistía en otra de sus grandes canciones, amaba “esta isla, soy del Caribe”. Un amor que le llevó a romper con Fidel Castro, con Raúl y con sus sucesores, a quienes ha reprochado hasta el final de sus días. Desde siempre la revolución ha mimado a sus héroes, les ha premiado con dádivas y ventajas para que no se despegaran del discurso oficial, incluso alentando las pequeñas críticas para “reformar” y “mejorar” la estructura comunista
“La libertad llegará y no va a ser con tiros ni con bombas (como la revolución castrista), sino con flores”, subrayó hace meses, convencido de que la rebelión popular del 11J del año pasado ya es imparable. “Es irresponsable y absurdo culpar y reprimir a un pueblo que se ha sacrificado y lo ha dado todo durante décadas para sostener un régimen que al final lo que hace es encarcelarlo”, alertó hace año y medio.
El desencanto de Milanés, que tanto influyó a parte de sus mejores amigos, como Joaquín Sabina, con quien tantas veces cantó, también en la isla. Sólo hace unos días, el cantautor español confesó a EL MUNDO el “fracaso feroz” del comunismo y reconoció que estaba al lado “de los que se manifiestan y se exilian de la isla”.
Pese a la campaña de odio desplegada por simpatizantes del régimen en los días de su agonía, el oficialismo ha acudido rápido a despedir al gigantesco trovador. “El dolor llega con la noticia. Desaparece físicamente uno de nuestros grandes músicos. Voz inseparable de la banda sonoro de nuestra generación”, escribió en sus redes el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, desde Moscú, donde se encuentra en gira internacional.
En algo no miente el elegido por Raúl: las canciones de Pablo y Silvio han acompañado a varias generaciones de cubanos, latinoamericanos y españoles. “El trovador que enamoró y que hizo enamorarse a varias generaciones”, como ha recordado el cantautor Carlos Varela. Sin sus canciones es imposible entender parte de la seducción desplegada por una revolución que perdió su romanticismo para convertirse en la dictadura de sus dirigentes y del Partido Comunista.
La propia decadencia se airea hoy con los intelectuales orgánicos que acompañan a los líderes revolucionarios. Nada queda hoy de Gabriel García Márquez, Jean Paul Sartre, Manuel Vázquez Montalbán o Julio Cortázar, reemplazados por una influencer española de nombre desconocido, que se dedica a insultar a todos aquellos que critican a sus amigos de La Habana.
Junto a su luz, tantas veces desplegada, Milanés incorporó con el paso del tiempo el dolor por lo que veía y sentía en su país. “¿Dónde están los amigos que tuve ayer? ¿Qué les pasó? ¿Qué sucedió? ¿A dónde fueron? Que triste estoy”, canto en “Éxodo”.
“No me atrevería a pedirle más de lo que dio, porque fue demasiado. Siempre admiraré y estaré agradecido de ese último gesto suyo, al admitir con valentía que la causa por la que muchos de sus versos clamaron había fracasado”, relata para EL MUNDO el escritor Camilo Venegas, quien desde el exilio en Santo Domingo también tiene el mismo sueño: “Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue La Habana y, en una hermosa plaza liberada, pondré a Pablo para llorar por los ausentes”.